miércoles, 20 de abril de 2022

EL DEBATE EN LAS CORTES SOBRE LA EXPULSIÓN DE LOS JESUITAS. "CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA".

Trabajo de la alumna Isabella Arévalo sobre el debate parlamentario que llevó a tomar la decisión de incluir en la Constitución de 1931 la expulsión de España de la Compañía de Jesús. Utiliza fundamentalmente la fuente primaria de los discursos de las Cortes (octubre de 1931) y decreto de disolución de enero de 1932.



Desde el inicio de la República, los políticos buscaron reducir la hegemonía de la iglesia en el territorio español para reinventar al país y dejar atrás a la monarquía. Por esto, la Constitución del 9 de diciembre de 1931 incluyó artículos enfocados en extinguir el presupuesto del clero y su influencia en la sociedad española, específicamente, en la juventud.

Los artículos previos fueron sujetos a discusión en las Cortes, donde Azaña formalizó su posición con respecto al tema mediante un discurso el día 13 de octubre de1931. En este discurso hace referencia a varios puntos claves que ponen en evidencia las razones por las que unos de los pilares de la República era el anticlericalismo. Primero, Azaña dice lo siguiente: «No tenemos frente a las órdenes religiosas ese principio eterno de justicia, detrás del cual deberíamos ir como hipnotizados…las órdenes religiosas tenemos que proscribirlas en razón de su temerosidad para la República» (Azaña, 1931). Este fragmento del discurso de Azaña refleja que una de sus razones para defender la disolución de los jesuítas es que, hasta el momento, el clero estaba por encima de la ley. Esto es considerado perjudicial para la República debido a que la República busca ser la fuerza mayor en España. También cita una parte del artículo 26: «Disolución de aquellas órdenes que…se preste otro especial de obediencia a autoridad distinta de la legítima del Estado» (Azaña, 1931). Esta cita de Azaña refleja en cierta medida el temor del ala más izquierdista de los republicanos en permitir a los católicos mantener sus prácticas, que en muchos aspectos, se oponían a lo que defendían aquellos del partido de Azaña. Al saber que no podrían ejercer ningún poder absoluto sobre estas organizaciones, se considera que lo más acertado es evitar los posibles peligros que implican las prácticas y libertad de la Compañía de Jesús suprimiéndolas completamente, convirtiendo ilegal su actividad en el territorio español. 


El mayor peligro que constituye la Compañía de Jesús, según Azaña, es el adoctrinamiento de los jóvenes. Republicanos como Azaña temen que los jesuitas inculque valores e ideas monárquicos y más conservadoras. Incluso, a pesar de que algunos políticos consideraron extremo declarar la disolución de esta órden religiosa, como fue el caso de Niceto Alcalá Zamora y Miguel Maura, Azaña se mostró firme a la idea, como lo refleja en su discurso. Logra reflejar esto mediante el énfasis que hace en la idea de incluir en la Constitución la disolución franca y clara, sin dejar ambigüedades. Igualmente, admite que en el caso de hacer alguna permisión con respecto a otras órdenes religiosas, sería para mantener la reputación de la República: «Que la República gaste su prestigio en una empresa repugnante”, “no puede por menos de perjudicarnos» (Azaña, 1931).


En su discurso, Azaña resume el problema de la iglesia como: «un vehículo de proselitismo que nosotros no podemos tolerar» y «el peligro monástico». Otro punto importante de Azaña fue el siguiente: «ni mi partido ni yo...suscribiremos una cláusula legislativa en virtud de la cual siga entregado a las Órdenes religiosas el servicio de la enseñanza». Este argumento es la continuación de la idea de frenar el «proselitismo» de la iglesia. Añadiendo a lo anterior, Azaña hace referencia a la acción benéfica, y considera que las acciones benéficas del clero pueden ser asumidas por el Estado. A través de este discurso, se podría inferir que Azaña estaba dispuesto a hacer lo necesario, sin “destruir” la imagen de su partido, para controlar a la iglesia. Considerando el principio de libertad con el que se creó la República, suprimir la educación privada de la iglesia va totalmente en contra de la idea del “individuo libre”. Tal vez al haber invertido más tiempo en el progreso de sus propios proyectos, en vez de cortar los planes de otros, la República podría haber tenido resultados distintos, y por ende, una vida más longeva.


De cierto modo, este anticlericalismo incluso se opone a los principios de libertad que decía defender el partido Acción Republicana de Azaña, teniendo en cuenta que el partido de Azaña surgió bajo la dictadura de Primo de Rivera en 1925, ejerciendo de oposición al régimen del momento, como en este periodo es el caso de los jesuítas. Azaña, por lo contrario, se defiende con el siguiente argumento: «A mí que no me vengan a decir que esto es contrario a la libertad, porque esto es una cuestión de salud pública». Los esfuerzos destinados al anticlericalismo finalmente pudieron haber sido contraproducentes para la República. Incluso, algunos religiosos que hubieran estado dispuestos a reformar y modernizar el país, se tuvieron que retractar debido al fuerte anticlericalismo.

Por otra parte, en las Cortes, los diputados vascos y navarros se posicionaron a favor de la iglesia, considerando sus ideales carlistas. Un gran defensor de la iglesia, fue el político vasco tradicionalista Marcelino Oreja Elósegui. En el Congreso de los Diputados expresó lo siguiente: «Esto es lo que tenéis: odio a la Iglesia, a la que veis representada en la Compañía de Jesús (...). Vosotros veis en la Compañía de Jesús (...) esa formación de carácter, de hombres viriles y enérgicos, de hombres llenos de convicciones y amantes del estudio y de la cultura» (Oreja, 1931). De cierta forma, el odio al que hace referencia el vasco evitó que cristianos o católicos que veían en la República oportunidades de progreso fueran partícipes de las reformas del nuevo gobierno. Esto es debido a que, a pesar de que uno de los pilares fundamentales de la República era la libertad individual, y la ola antirreligiosa iba en contra de dicho principio. Por eso, muchos religiosos se sintieron incluso defraudados por la República, ya que la República no supo crear un margen entre la iglesia y la monarquía, sino que decidió optar las medidas más extremas.

La cercanía entre los vascos y los jesuítas se debe al origen del fundador de la Compañía de Jesús, San Ignacio de Loyola. Como lo indica su nombre, San Ignacio era del barrio de Loyola ubicado en el municipio guipuzcoano de Azpeitia del País Vasco. Por esto, para extender la protesta contra el artículo 26 de la Constitución, Niceto Alcalá Zamora y Miguel Maura junto a otros 42 diputados que incluían vascos y navarros, decidieron abandonar el Congreso.








Finalmente, la última expulsión de los jesuítas se formalizó el 23 de enero de 1932, al Azaña entregar al ministro de Justicia, Fernando de los Ríos, el documento oficial que ordenaba la disolución de la Compañía de Jesús en territorio español. Esta separación extrema entre la República y la iglesia fomentó el resentimiento y el descontento de ya presente en la población española que finalmente dio paso al estallido de una guerra.

 







Bibliografía:

Diario de Sesiones de las Cortes Constituyentes de la República española, 55, 13 de octubre de 1931, pp. 1666-1672.

https://www.alianzaeditorial.es/minisites/manual_web/3491307/Segunda_Parte/Documentos/1DiscursoAzana1931.pdf

BOE. Ministerio de Justicia. 24 de enero de 1932.

https://www.boe.es/datos/pdfs/BOE/1932/024/A00610-00611.pdf.

Congreso de España. Constitución de la República. 9 de diciembre de 1931.

https://www.congreso.es/docu/constituciones/1931/1931_cd.pdf.

Bastante, J. La última expulsión de los jesuítas. ABC. 21 de enero de 2007.

https://www.abc.es/sociedad/abci-ultima-expulsion-jesuitas-200701210300-1631031233673_noticia.html.








martes, 19 de abril de 2022

LA BATALLA DE EL MONO AZUL CONTRA MIGUEL DE UNAMUNO: LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA Y SUS TRINCHERAS INTELECTUALES

Trabajo de la alumna Gabriela Portero sobre el enfrentamiento de los intelectuales que escribían para la hoja volandera El Mono Azul contra Miguel de Unamuno y su apoyo inicial al bando nacional. Ha utilizado archivos digitales para acceder a los documentos originales.

El golpe militar contra la Segunda República Española puesto en marcha el 17 de julio de 1936, que desencadenaría la Guerra Civil, inició una batalla intelectual paralela para justificar ideológicamente las posturas de las diferentes corrientes políticas enfrentadas.



En los primeros momentos de la guerra sorprendió el claro posicionamiento a favor de los golpistas de Miguel de Unamuno, que desde 1934 era rector vitalicio de la Universidad de Salamanca y desde 1935 ciudadano de honor de la República. El 22 de agosto de 1936, el gobierno de la República destituye a Unamuno como rector y le separa de todos los cargos otorgados, por haberse sumado de modo público a la facción armada y por falta de lealtad a la República. El 1 de septiembre es restituido como rector por el general Miguel Cabanellas, al mando de la Junta de Defensa Nacional formada por los militares sediciosos.


Unamuno había recibido al régimen republicano con alborozo y esperanza, pensando que era una oportunidad para la modernización de España. Sin embargo, desde su óptica liberal, la deriva revolucionaria, los extremismos políticos de los años 30 y la posible ruptura de la unidad del país, le habían hecho desencantarse con la aventura republicana, siendo cada vez más crítico con ella. La evolución de Unamuno en los únicos cinco meses y medio que vivió de la Guerra Civil hasta su “repentina” muerte, le llevaron, como en una montaña rusa, a concluir que no estaba ni con los “hunos” ni con los “hotros”. Una magnífica descripción de la evolución del pensamiento del escritor vasco, realizada por Francisco Blanco en 2009 para los Cuadernos de la Cátedra de Miguel de Unamuno, está disponible en el siguiente enlace: https://revistas.usal.es/index.php/0210-749X/article/view/7911


La reacción contra el apoyo de Unamuno al golpe por parte de los intelectuales comprometidos con la causa republicana no se hace esperar y llega el 27 de agosto de 1936 a través del primer número de El Mono Azul (Anexo 1), una hoja suelta con el formato de periódico que se subtitulaba como Hoja semanal de la Alianza de Intelectuales Antifascista para la Defensa de la Cultura. Esta se convirtió en la publicación cultural, artística e intelectual más combativa durante la Guerra Civil. Publicada semanalmente desde finales de agosto de 1936 a abril de 1937, fue suplemento del jueves del diario La Voz entre mayo y diciembre de 1937. A partir de 1938 pasó a ser semanal. El poeta Rafael Alberti era el coordinador de El Mono Azul, que contaba con la colaboración de María Teresa de León, José Bergamín, Rafael Dieste, Lorenzo Varela, Antonio R. Luna, Arturo Souto y Vicente Salas Viu.

Armando Bazán, un comunista peruano colaborador de El Mono Azul, firma una columna titulada Unamuno, junto a la reacción (Anexo 1). Bazán señala que Unamuno “…después de haber mantenido en el más completo engaño a casi todo el mundo del pensamiento, nos ha descubierto toda la mezquindad de su espíritu, toda la fealdad monstruosa de su inhumanidad”. Tacha al escritor de “impostor” y de “egocentrismo feroz”. Concluye que “…el marxismo enseñaba que la obra de Unamuno estaba alimentada de sangre reaccionaria” y que éste era una “…personalidad representativa de España”, “decadente y moribunda”. 


La diatriba contra Unamuno no sorprendía de quién venía, ya que Armando Bazán era famoso entre la intelectualidad de izquierdas en España por otro artículo suyo dedicado a Unamuno, titulado Unamuno, expresión de España y publicado en el primer número de la revista valenciana Nueva Cultura, en enero de 1935 (Anexo 2). Bazán ya señalaba que “…con un pie en el medioevo, con el otro en la época actual del capitalismo, Unamuno es el mejor representante de España –semifeudal– semicapitalista; es, para decir mejor, su más clara síntesis”.




El Mono Azul vuelve a la carga contra Unamuno


en su cuarto número publicado el 17 de septiembre de 1936 (Anexo 3), con una carta dirigida a Unamuno firmada por el ucraniano Ilyá Ehrenburg, aparecida previamente en el diario Pravda el 21 de agosto de 1936 en Moscú. Precisamente, Ehrenburg había participado con un ensayo en el libro de Armando Bazán titulado Unamuno y el Marxismo, editado en 1935, y era bien conocido por su activo papel en el Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura. Ehrenburg era un enamorado de España desde su primer viaje en 1931, plasmado en su libro España. República de trabajadores, y fue testigo de la situación española como corresponsal del diario Izvestia.

















En su carta Enrenburg se dirige a Unamuno de tú a tú, de escritor a escritor. No luchan con el fusil sino con la pluma. Le reprocha ser un esteta de la cultura, alejado del mundo real, poco sensible a la miseria de su entorno. Le afea su contribución con 5.000 pesetas a las actividades sanguinarias de los rebeldes que acaban con el ahorcamiento del diputado Manso. Pone ejemplos de otros escritores que se han puesto del lado del pueblo: Machado, Alberti, Ortega y Gasset y Gómez de la Serna. Unamuno que había recomendado el suicidio a Azaña (al cual detestaba), recibe la reprimenda de Enrenburg: “…Se suicidó usted ya el día en que entró al servicio del general Mola. Se parece usted físicamente a Don Quijote y quiso hacer su papel... No, no es usted un Don Quijote, ni siquiera un Sancho Panza; es usted uno de aquellos viejos sin Alma, enamorados de sí mismos, que sentados en su castillo veían como sus fieles servidores azotaban al mal aventurado caballero”.


Unamuno no fue defendido desde la intelectualidad de derechas porque era un personaje lo suficientemente complejo para no considerarle uno de los suyos. Mientras, Unamuno percibía que la rebelión militar no era lo que él se imaginaba. Francisco Franco accede a la jefatura del gobierno el 30 de septiembre de 1936. A él recurre para interceder por sus amigos detenidos que finalmente serían asesinados.



Un Unamuno, de nuevo absolut
amente decepcionado, es invitado a participar en la celebérrima reunión de exaltación de la raza el 12 de octubre de 1936 en el paraninfo de la Universidad de Salamanca. Aquí expresa su oposición a la barbarie puesta en marcha por los militares rebeldes con la idea de “venceréis, pero no convenceréis”, librándose de un linchamiento por la intercesión de Carmen Polo, mujer de Franco. La caída en desgracia con el régimen franquista le cuesta de nuevo su cargo de rector y la reclusión en su domicilio.


Su muerte (¿natural? ¿asesinato?) llega envuelta en polémica el 31 de diciembre de 1936 y de nuevo las dos Españas la recogen de forma muy diferente. El 3 de enero de 1937, el ABC republicano de Madrid (https://www.abc.es/archivo/periodicos/abc-madrid-19370103-3.html) publica: «Unamuno ha muerto. No ha muerto ahora. Estaba muerto. Murió el mismo día que se pronunció por lo que más había combatido, por los militares, los banqueros y los obispos, al servicio del III Reich y de Italia; es decir, por lo que él llamaba civilización occidental. Desde ese día era un cadáver…de tarde en tarde, sabíamos que ese cadáver viajaba por Portugal, o se paseaba por las calles de Salamanca, o escribía una carta en latín a la Universidad de Bolonia». El ABC nacional de Sevilla informa el 1 de enero de 1937, en titular, pero brevemente, que «Unamuno venía haciendo en el día de hoy su vida normal, y hacia las seis de la tarde, encontrándose en su casa sentado en torno a una camilla conversando con otras personas, falleció repentinamente sin que pudiera ser auxiliado por la ciencia, pues ninguna dolencia hacía presentir tan rápido desenlace» (https://www.abc.es/archivo/periodicos/abc-sevilla-19370101-11.html).