El golpe militar contra la
Segunda República Española puesto en marcha el 17 de julio de 1936, que
desencadenaría la Guerra Civil, inició una batalla intelectual paralela para
justificar ideológicamente las posturas de las diferentes corrientes políticas
enfrentadas.
En los primeros momentos de la guerra sorprendió el claro posicionamiento a favor de los golpistas de Miguel de Unamuno, que desde 1934 era rector vitalicio de la Universidad de Salamanca y desde 1935 ciudadano de honor de la República. El 22 de agosto de 1936, el gobierno de la República destituye a Unamuno como rector y le separa de todos los cargos otorgados, por haberse sumado de modo público a la facción armada y por falta de lealtad a la República. El 1 de septiembre es restituido como rector por el general Miguel Cabanellas, al mando de la Junta de Defensa Nacional formada por los militares sediciosos.
Unamuno había recibido al
régimen republicano con alborozo y esperanza, pensando que era una oportunidad
para la modernización de España. Sin embargo, desde su óptica liberal, la
deriva revolucionaria, los extremismos políticos de los años 30 y la posible
ruptura de la unidad del país, le habían hecho desencantarse con la aventura
republicana, siendo cada vez más crítico con ella. La evolución de Unamuno en
los únicos cinco meses y medio que vivió de la Guerra Civil hasta su
“repentina” muerte, le llevaron, como en una montaña rusa, a concluir que no
estaba ni con los “hunos” ni con los “hotros”. Una magnífica descripción de la
evolución del pensamiento del escritor vasco, realizada por Francisco Blanco en
2009 para los Cuadernos de la Cátedra de Miguel de Unamuno, está
disponible en el siguiente enlace: https://revistas.usal.es/index.php/0210-749X/article/view/7911
La reacción contra el apoyo de Unamuno al golpe por parte de los intelectuales comprometidos con la causa republicana no se hace esperar y llega el 27 de agosto de 1936 a través del primer número de El Mono Azul (Anexo 1), una hoja suelta con el formato de periódico que se subtitulaba como Hoja semanal de la Alianza de Intelectuales Antifascista para la Defensa de la Cultura. Esta se convirtió en la publicación cultural, artística e intelectual más combativa durante la Guerra Civil. Publicada semanalmente desde finales de agosto de 1936 a abril de 1937, fue suplemento del jueves del diario La Voz entre mayo y diciembre de 1937. A partir de 1938 pasó a ser semanal. El poeta Rafael Alberti era el coordinador de El Mono Azul, que contaba con la colaboración de María Teresa de León, José Bergamín, Rafael Dieste, Lorenzo Varela, Antonio R. Luna, Arturo Souto y Vicente Salas Viu.
Armando Bazán, un comunista peruano colaborador de El Mono Azul, firma una columna titulada Unamuno, junto a la reacción (Anexo 1). Bazán señala que Unamuno “…después de haber mantenido en el más completo engaño a casi todo el mundo del pensamiento, nos ha descubierto toda la mezquindad de su espíritu, toda la fealdad monstruosa de su inhumanidad”. Tacha al escritor de “impostor” y de “egocentrismo feroz”. Concluye que “…el marxismo enseñaba que la obra de Unamuno estaba alimentada de sangre reaccionaria” y que éste era una “…personalidad representativa de España”, “decadente y moribunda”.
La diatriba contra Unamuno no sorprendía de
quién venía, ya que Armando Bazán era famoso entre la intelectualidad de
izquierdas en España por otro artículo suyo dedicado a Unamuno, titulado Unamuno,
expresión de España y publicado en el primer número de la revista
valenciana Nueva Cultura, en enero de 1935 (Anexo 2). Bazán ya señalaba
que “…con un pie en el medioevo, con el otro en la época actual del
capitalismo, Unamuno es el mejor representante de España –semifeudal–
semicapitalista; es, para decir mejor, su más clara síntesis”.
El Mono Azul vuelve a la carga contra Unamuno
en su cuarto número publicado el 17 de septiembre de 1936 (Anexo 3), con una carta dirigida a Unamuno firmada por el ucraniano Ilyá Ehrenburg, aparecida previamente en el diario Pravda el 21 de agosto de 1936 en Moscú. Precisamente, Ehrenburg había participado con un ensayo en el libro de Armando Bazán titulado Unamuno y el Marxismo, editado en 1935, y era bien conocido por su activo papel en el Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura. Ehrenburg era un enamorado de España desde su primer viaje en 1931, plasmado en su libro España. República de trabajadores, y fue testigo de la situación española como corresponsal del diario Izvestia.
En su carta Enrenburg se dirige
a Unamuno de tú a tú, de escritor a escritor. No luchan con el fusil sino con
la pluma. Le reprocha ser un esteta de la cultura, alejado del mundo real, poco
sensible a la miseria de su entorno. Le afea su contribución con 5.000 pesetas
a las actividades sanguinarias de los rebeldes que acaban con el ahorcamiento
del diputado Manso. Pone ejemplos de otros escritores que se han puesto del
lado del pueblo: Machado, Alberti, Ortega y Gasset y Gómez de la Serna. Unamuno
que había recomendado el suicidio a Azaña (al cual detestaba), recibe la
reprimenda de Enrenburg: “…Se suicidó usted ya el día en que entró al servicio
del general Mola. Se parece usted físicamente a Don Quijote y quiso hacer su
papel... No, no es usted un Don Quijote, ni siquiera un Sancho Panza; es usted
uno de aquellos viejos sin Alma, enamorados de sí mismos, que sentados en su
castillo veían como sus fieles servidores azotaban al mal aventurado
caballero”.
Unamuno no fue defendido desde
la intelectualidad de derechas porque era un personaje lo suficientemente
complejo para no considerarle uno de los suyos. Mientras, Unamuno percibía que
la rebelión militar no era lo que él se imaginaba. Francisco Franco accede a la
jefatura del gobierno el 30 de septiembre de 1936. A él recurre para interceder
por sus amigos detenidos que finalmente serían asesinados.
Un Unamuno, de nuevo absolutamente decepcionado, es invitado a participar en la celebérrima reunión de exaltación de la raza el 12 de octubre de 1936 en el paraninfo de la Universidad de Salamanca. Aquí expresa su oposición a la barbarie puesta en marcha por los militares rebeldes con la idea de “venceréis, pero no convenceréis”, librándose de un linchamiento por la intercesión de Carmen Polo, mujer de Franco. La caída en desgracia con el régimen franquista le cuesta de nuevo su cargo de rector y la reclusión en su domicilio.
Su muerte (¿natural? ¿asesinato?) llega envuelta en polémica el 31 de diciembre de 1936 y de nuevo
las dos Españas la recogen de forma muy diferente. El 3 de enero de 1937, el
ABC republicano de Madrid (https://www.abc.es/archivo/periodicos/abc-madrid-19370103-3.html) publica: «Unamuno ha muerto. No ha muerto ahora.
Estaba muerto. Murió el mismo día que se pronunció por lo que más había
combatido, por los militares, los banqueros y los obispos, al servicio del III
Reich y de Italia; es decir, por lo que él llamaba civilización occidental.
Desde ese día era un cadáver…de tarde en tarde, sabíamos que ese cadáver
viajaba por Portugal, o se paseaba por las calles de Salamanca, o escribía una
carta en latín a la Universidad de Bolonia». El ABC nacional de Sevilla informa
el 1 de enero de 1937, en titular, pero brevemente, que «Unamuno venía haciendo
en el día de hoy su vida normal, y hacia las seis de la tarde, encontrándose en
su casa sentado en torno a una camilla conversando con otras personas, falleció
repentinamente sin que pudiera ser auxiliado por la ciencia, pues ninguna
dolencia hacía presentir tan rápido desenlace» (https://www.abc.es/archivo/periodicos/abc-sevilla-19370101-11.html).
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